miércoles, 7 de enero de 2015

LECTURA RECOMENDADA

Aldoux Huxley, Un mundo feliz


       Ahora que tan de moda ha vuelto a ponerse el género "distópico"  (Los juegos del hambre, Divergente, etc)  -nueva organización social-mundial, a partir de una catástrofe bélica o medioambiental- no  podemos sino retomar un clásico de la literatura universal como esta obra de Huxley. Preguntas tan de actualidad como las posibilidades de la genética como medida para resolver los problemas del mundo, o la dispensación de drogas controladas que den la felicidad, o la ausencia de relaciones afectivas...todas presentan un interesante planteamiento en esta obra.

            Era un hombre corpulento, de pecho abombado, espaldas anchas, macizo, y, sin embargo, rápido en sus movimientos, ágil, flexible. La fuerte y bien redondeada columna de su cuello sostenía una cabeza muy bien formada. Tenía los cabellos negros y rizados, y los rasgos faciales muy marcados. Su apostura era agresiva, enfática; era guapo, y, como su secretaria nunca se cansaba de repetir, era, centímetro a centímetro, el prototipo de Alfa-más. Profesor en la Escuela de Ingeniería Emocional (Departamento de Escritura), en los intervalos de sus actividades profesorales ejercía como Ingeniero de Emociones. Escribía regularmente para El Radio Horario, componía guiones para el Sensorama, y tenía un certero instinto para los slogans y las aleluyas hipnopédicas.
            Competente, era el veredicto de sus superiores. Y, moviendo la cabeza y bajando significativamente la voz, añadían: Quizá demasiado competente. Sí, un tanto demasiado; tenían razón. Un exceso mental había producido en Helmholtz Watson efectos muy similares a los que en Bernard Marx eran el resultado de un defecto físico. Su inferioridad ósea y muscular había aislado a Bernard de sus semejantes, y aquella sensación de separación, que era, en relación con los standards normales, un exceso mental, se convirtió a su vez en causa de una separación más acusada.
            Lo que hacía a Helmholtz tan incómodamente consciente de su propio yo y de su soledad era su desmedida capacidad. Lo que los dos hombres tenían en común era el conocimiento de que eran individuos.